YouTube lanza la pregunta y el video tiene cerca de cien mil visitas y más de mil comentarios: “¿Bill gay?”. Con una historia tan trillada, Bill Kaulitz tuvo que aprender el arte del sarcasmo para espantar a tanta mosca malaleche. Sin embargo, en este video hace nuevamente su reiteración: “No, no soy gay. Sería un desperdicio para todas mis fanáticas”.
Su exceso de explicaciones agobia tanto a sus seguidoras que, en defensa, postean todas las poses de mero macho que el pequeño pony alemán pueda tener en sus apariciones en público. Aseguran que él, su hermanito Tom, Gustav y Georg se fueron de putas y arrasaron con el staff de conejitas en un club de bajo mundo. Que sí, que les gusta tanto la pornografía que, luego de babear ante una edición de Playboy, se convirtieron en espectadores de una escena porno amateur desde la terraza de un hotel. Que son fisgones, mirones, escandalosos y que les vale madre que a Bill, tan bonito como Paris Hilton, le digan “maricón”, como él mismo se catalogó en la entrega de los Premios Golden Camera, cuando recibían el galardón como Mejor Agrupación Musical en Alemania, en una ceremonia encorbatada y con un discurso escaso de poesía, pero lleno de eso que le pone el pique a esta novela “youtubeada”: carisma.
Y si Britney Spears le mintió al mundo proclamándose virgen hasta el matrimonio, con su aureola de niña buena y su faldita de colegiala hot (en aquellos buenos tiempos de la princesita), Bill puede ahora decirles a sus seguidoras que han pasado más de tres años sin que su boquita acicalada haya besado a una chica. Así que a hacer fila, señoritas, aunque entre las miles que se postran durante horas ante sus hoteles para que este cuarteto les pique el ojo, Bill no ha encontrado ni a una sola… pobre viejecita sin nadita qué comer.
Se trata de provocar porque el escándalo vende, así sea el más “inocente” y producido. Y vende no por el hecho de usar esmalte y delineador; lo hace porque, ¡oh, Dios mío!, ¡todavía existe la mojigatería! Descubrimos el agua tibia dos veces seguidas, así que mejor sigamos.
Un show de estos cuatro mounstritos puede tener “sold out” en apenas horas. Dicen que su música es la mezcla de tantas cosas que han oído y tantas otras que han sentido, y eso que cuentan con menos de 20 años. Porque es un lujo haber girado por medio mundo, alocados, apetentes, descarriados y autónomos; sobre todo si ya hablan de “experiencia” como la mejor manera de alcanzar el éxito. Por eso, desde que Bill era un híbrido de 13 años y su banda se hacía llamar Devilish, ya habían definido su meta artística: escribir una historia transgresora al mundo parco de la música en su país.
Su inapetencia a los idiomas, pues se declaran “negados” para otra cosa diferente al alemán, pareciera ser algo todavía exótico, si bien su álbum Scream fue reeditado en inglés para el mercado americano (con cifras astronómicas en ventas). Tan exótico como le resultarían sus atuendos y peinados a una madre abnegada. Looks que responden a la libertad, que nadie les diga cuándo, cómo o qué usar, y mucho menos los cataloguen como “medio gótico”, “medio hopper”, “medio andrógino”, si nos disculpan el atrevimiento. Son Tokio Hotel, marca registrada.
"Monsoon", a la carga en helicóptero, no solo ha sido su sencillo más exitoso, sino que se hizo también juego on line para cazar internautas desocupados. Una canción que dejó claro, además, que Tokio les canta a las emociones, a ese juego interno en el que sentirse solo va de la mano de estar llevado por alguien. Rock con tinte dramático, de instrumentación simple y una voz dulcísima, masculina pese a todo. Rock de señoritas, los tildan algunos, pese a que su comunidad web recibe peticiones como las de Sven Francisco, un “punkstar” alemán de 20 años que pide a gritos a los fans de Tokio “add me, add me, add me”. Entonces, este cuarteto se hace cercano para tanta gente sola que divaga por el mundo (sin helicóptero, claro está) y se vuelve compañía, una excusa para integrarse. Quizá por eso hoy comen a manotadas llenas del éxito y de la especulación en internet sobre sus tendencias sexuales. Hay foros completos de si viajaron, llegaron, escribieron o se peinaron por la mitad algún día; incluso su TokioHotelChannel es un deleite para ver su vida detrás de los escenarios, su versión de las “crazy fans”, el exceso de pizza y las compras desaforadas.
Son cuatro nuevas estrellas, endiosadas y adoradas por miles, a las que les roban sus botellas de agua para guardarlas como un trofeo con babas, y a las que su mánager regaña como niños chiquitos. Y entre hoteles, aeropuertos y operativos de seguridad excesivos, Tokio Hotel no tiene más remedio que disfrutarlo. El suyo es un cuarto de hora magnífico.